Un fin de semana largo en el Norte de Irlanda, después de
la resaca del Giro de Italia, me sirvió para descubrir lo bonito de estas
Islas, una costa casi inexplorada al rollo Galicia, con poblaciones costeras
casi abandonadas, gente con un acento cerradísimo, le daban a los parajes un
encanto peculiar, y es que esta costa aún está muy salvaje y por explorar.
Explotando el tirón de juego de tronos y sus localizaciones, un fin de semana
rural ha servido para relax y desconexión total. Ahora bien, si la tensión
entre católicos y protestantes se puede palpar en Belfast, nada que ver y nada
comparado con Derry, una ciudad que da un poco de miedo, tras una inversión e infraestructuras
de vértigo y un centro la mar de bonito, la cagan sus gentes, adolescentes con cazadora
bomber, perros peligrosos y barras de metal, me hicieron asistir a cualquier
drama social que se precie. Una costa de contrastes.
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